Posiblemente sea la saga del señor de los anillos la película que más puede tocar el corazón de un cinéfilo, especialmente si además es un friki.
A nadie parece escapársele la relación entre la novela y la mitología. Enanos, elfos, magia y destino. Si bien con algunos detalles medievalistas el sustrato sobre el que se asienta la obra bebe de las fuentes del paganismo.
El mundo pagano logró dar forma a todas las fantasías humanas en modo de criaturas con rasgos definidos y aceptadas como reales durante mucho tiempo, en una gloriosa realidad infantil que gobernó la humanidad durante decenios.
La existencia del racionalismo es uno de los principales enemigos de la fantasía y el hijo forzoso del relativismo y el descreimiento. Sería tan bonito una humanidad crédula e infantil, una niñez social. En cierta medida se padece pero en cuestiones menos oníricas.
Siempre he sentido ternura por aquellas personas que hablan de duendes, meigas o cualquier clase de ser irreal, una simpatía, una empatía imposible de liquidar, en el fondo me gustaría poder creer que nuestros bosques están repletos de unicornios, de centauros, de elfos, nuestras montañas de enanos y faunos y cientos de seres extraordinarios habitan en alguna parte. Cuando el mundo era inmenso cabía la febril esperanza de que en alguna remota región existieran, hoy no cabe fantasía en este mundo, ni siquiera hay tiempo para pensar en ella, acaso la reproducción de la misma en formato digital o mecánico.
Hoy sabemos más, pero eso nos impide tener agujeros negros en los que poder imaginar una realidad fantástica. Todas esas criaturas existieron, existieron hasta que se descubrió el último pedazo de la tierra, el progreso ha extinguido a los seres mitológicos, solo aquellos refugiados en los más recónditos lugares sobreviven liderados por el yeti.
Hubo un tiempo en que el hombre al salir de su casa y enfrentarse al bosque, no sabía que clase de seres podría encontrarse en su camino, hubo un tiempo en que el destino marcaba la vida de los hombres dejándoles más libertad que el individualismo racionalista imperante.
Hubo un tiempo que ahora solo se ve en el cine en que los hombres enfrentaban la muerte con la esperanza y la incertidumbre de la fantasía y terminando con otra película citaremos las palabras del rey vikingo del guerrero número 13:
He aquí que veo a mi padre, he aquí que veo a mi madre, he aquí que veo a mis hermanos y hermanas, a mis amigos. He aquí que veo hasta los orígenes de mi linaje y ellos me reclaman que vaya a ocupar, a su lado, mi lugar en el Valhalla.
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5 comentarios:
Qué profundo te veo hoy, Dux. xD
25 de enero de 2009, 8:03Tenemos una visión edulcorada de la niñez. Los niños son seres generalmente egoístas, crueles y en general tienen todas las carencias emotivas de las que nos dota el proceso de socialización. Sólo que tienen poca capacidad destructiva por su pequeño tamaño.
25 de enero de 2009, 9:10Los niños como todos los seres tienen virtudes y defectos. No se puede señalar solo sus defectos, los niños son egoistas en ocasiones, pueden llegar a ser crueles y tener varios defectos más. Pero los niños dan cariño generalmente gratuitamente, los niños son inocentes, los niños buscan la felicidad, empatizan mucho mas facilmente y en general sus defectos se ciñen al corto plazo, derivan del miedo a no tener y sus virtudes nacen de la grandeza del espiritu.
25 de enero de 2009, 13:20Un niño puede negarte un juguete, pero puede entregarte toda una tarde de compañia.
La infancia es un momento para la esperanza
Sus virtudes (básicamente las derivadas de la inocencia) son, al igual que sus defectos, producto de una socialización que aún no se ha gestado correctamente porque no le ha dado tiempo.
26 de enero de 2009, 14:06Claro que no se pueden señalar sólo sus defectos, pero evocarlos románticamente como un nido de virtudes tampoco es lo propio.
Vaya, que entré aquí a tu blog a criticar por criticar, en resumen XD
xDDD solo por venganza
26 de enero de 2009, 14:21Publicar un comentario