El último vuelo de Sadam

Irak es algo más que una guerra fantasma, que un falaz argumento del glosario izquierdista, que el último pétalo del perfume progre. Irak fue un escándalo y es un escarnio al mundo, a la civilización, al raciocinio y al derecho.

El pecado de Sadam no fue ser un dictador, ni un belicista imperialista, ni ninguna de las muchas cosas que era o en las que se convirtió tras la primera guerra, el problema de Sadam fue pretender abandonar la satrapía oriental de obediencia perruna al imperio y sus mandatos de petrodolares.

Sadam seguramente ni fue mejor ni peor que otros tiranos con la silla bien caliente y la embajada norteamericana a pleno rendimiento en su capital estrambótica. Solo difiere el tamaño, mientras los otros apenas levantan unos palmos del suelo hasta erguirse sobre sus rodillas el decidió alzarse sobre sus pies.

En los entreactos y danzas de los descansos del teatro de la política internacional se puede pensar que poco hemos evolucionado desde los días de Roma. Suena la música y Sadam se gusta como estrella caprichosa, ya decadente y desafinada, en su postrer espectáculo desafiando a la crítica, insolente y comprometido con su arte. Ya en la senilidad desdentada paparazzis sin alma que lo atraparon desbarbado y boquiabierto, atiborrado de somníferos en la parte de atrás del camerino de la vida. La prensa al servicio de la nueva estrella, presta servicios indignos a su propia naturaleza. Al conocer el fin de la estrella de los 90, su cubículo de tumba, sus apariciones de Drácula y su cautiverio de bestia de los años 20, un rayo recorre mi espinazo.

Todo el teatro de su larga carrera, sus afonías y gallitos, quedaron olvidados por la obra póstuma, por el empeño de un director extranjero en hacer un remake demasiado exitoso en sus tierras pero visto ya hasta el vómito en la gran pantalla. Y se atrevieron con el esperpento de levitas y togas, entre pliegos y testigos primeros planos y recuerdos de sangrías y matanzas. La última escena del divo, danzando sobre las cabezas, entre ignominia y colgando con el pescuezo abierto y sin embargo galopando sobre todos, muriendo como muere una estrella, limpiando su sangre de sobra la grasa que toda su vida había acumulado en el suelo.

Crimen y castigo, es la segunda parte de la superproducción ya en estilo de comedia, una comedia de esas que te hacen reflexionar y tras la mueca de risa van los llantos de espanto.

Desnudos, licántropos, batmans, descargas y burlas de Saw, todo ello batido con una isla antillana y un laberinto de horrores.

¿Donde están los derechos de los vencidos? no tienen y a plena luz, sin temor ni sonrojo el mundo sigue, los títeres viven entre las bombas, los criminales patrullan las calles derruidas y los culpables se sientan en las sillas curules cubiertos de púrpura y nácar inventando y violando las reglas del juego, tapando con tanques el llanto y el quebranto de tantos, culpables quizás, ¿pero acaso no han convertido a culpables en víctimas, sin derecho ninguno, sin esperanza siquiera en justicia divina?

El imperio no se rinde, ni un paso atrás que siga el espectáculo de alimañas en cuerpo de humanos, seres con vida sin duda, pero con duda humanos, que diría una ministra de base semejante. La tribu del poder eterno, del derecho de la fuerza, la embriagadora realidad de esta humanidad repleta de los horrores 1942 y de 1948, los derechos son solo para los que yo digo, el mundo es puro teatro y no queda sino la mentira, murió Sadam y morirán los que le condenaron y bien podrán decir en la paz de su cama postrera la frase de Augusto: "si he actuado bien, aplaudidme".

Hoy en las calles desteñidas de Bagdag se respira la paz de los cementerios y entre los grupos de viudas se escucha el clamor democrático de que a todos los falta un pariente y la justicia al fin es igual para todos, ninguno tendrá. ¿Esto es occidente? esto somos en Irak.

Yo sigo pensando que Raul debe ser destruido.