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Felipe IV(I)

miércoles, 4 de febrero de 2009

Decíamos en anteriores entradas que la figura del rey planeta ha sido una de las que más viva controversia ha generado en la historiografía española. Los extremos en la valoración de su persona han sido grandes, la atracción personal de su reinado y su vida es una constante en cuantos se acercan hasta esta figura y esta época, cumbre del poderío hispano.

El rey en materia personal parece ser el más depurado producto de la factoría de la casa de Austria, el hieratismo casi divino, la blancura radiante y la longevidad dieron un aire mítico a este rey. Algunos confundieron esta rigidez en sus formas con desinterés, incluso con estupidez. Sin embargo en la casa de Borgoña era etiqueta el no mostrar sentimiento alguno de caracter público, algo que el rey logró con profesional precisión.

Por debajo de esa frialdad que impresionaba a embajadores y cortesanos se escondía una personalidad extremadamente sentimental, tremendamente vital y con fuertes contradicciones internas.

Era el rey profundamente católico, convencido de la relación directa entre su monarquía y la divinidad y entre los fracasos de esta y sus pecados.

Recibió de su padre un ejemplo intachable, de los escasos reyes españoles castos, y una piedad inquebrantable. Sin embargo desde muy joven recibió la llamada de la carne y encontró en sus regias escapadas compañeros de alcurnia. Muchas son las aventuras sexuales atribuidas al rey Felipe, la más llamativa la del convento de San Plácido entremezclada de la herejía del iluminismo que tanto furor causo en aquella España y que debería recibir algún día una entrada explicativa.

La mayor parte de los amoríos del rey están empañados de leyenda, muchos pese a lo romántico del supuesto lance son absolutamente falsos. Sin embargo uno de ellos es sonado e irrechazable (el rey reconoció al fruto de esa relación adultera) y es el romance con una de las actrices más famosas del momento, María Calderón, la calderona.

El rey es inegable que amaba a las mujeres y sentía un deseo que jamás logró reprimir pese a lo mucho que se arrepentía, sus continuos escarceos con todo tipo de mujeres no se detuvieron prácticamente hasta su muerte, una pasión desbocada por la sexualidad que le llevaba a estados de profundo arrepentimiento posterior ante su responsabilidad ante Dios, para acto seguido dar paso a nuevos pecados, incurable e incansable.

No fue esta la única afición terrenal del rey, su amor al teatro fue enorme, al igual que a la poesía. Las representaciones se hicieron muy comunes y la presencia de los reyes habitual.

A la lumbre de la monarquía iluminaron ingenios inmortales de nuestras letras, Calderón, Lope de Vega, Quevedo, Góngora y muchos otros que elebaron sobre las nubes de la historia la grandeza de la corte de Felipe el Grande.

La pintura contó con el sincero apoyo del rey y de su valido Olivares, Velazquez pintó en infinidad de ocasiones al rey y su corte. En los cuadros del fantástico pintor podemos ir observando como la vida avanza en el rey, como altanería juvenil se desploma en una dignidad cansada, sin perder nunca la emotividad de sus ojos. Una mirada siempre juvenil y vital, en la que brotaba el basto universo sentimental de un rey que vivío como ninguno de sus antecesores o sucesores en el perfecto disimulo de sus pasiones.

Junto a estos rasgos conocidos del rey, se situan otros más desconocidos o tal vez interesadamente silenciados por aquellos que condenaron este reinado por no lograr vencer, sin valorar el colosal esfuerzo que supuso el simple hecho de no sucumbir.

El rey era un trabajador infatigable, leía prácticamente todos los documentos, dedicaba a despachar casi tanto tiempo como su abuelo, además Olivares dispuso un ventanuco secreto desde donde el rey escuchaba las sesiones de gobierno, en ocasiones para aportar o modificar determinadas cuestiones y supongo que en la mayoría para dorar el ego del valido escuchando sus discursos.

El rey tenía ideas propias sobre los asuntos de estado y anotaba y aportaba detalles e ideas para los planes, sin embargo tenía una personalidad débil, incapaz de llegar al enfrentamiento personal y cobarde ante cualquier disputa, era ante todo un hombre bueno que necesitaba la cordialidad en todo.

El rey siempre necesitó el consejo de alguién para decidirse, si bien durante el largo ministerio de Olivares el rey solía dejarse convencer, no era del todo ajeno a las decisiones y su aportación en muchos negocios del momento fue importante.

Esa capicidad de trabajo era algo que se impuso el rey a forma de obligación, pues a Felipe no le gustaban tanto los asuntos de gobierno como el ocio y los diferentes placeres que su vital y sentimental personalidad le requerían. Era rey por obligación en buena medida y su personalidad insegura precisaba siempre un impulso de voluntad que confirmase y desarrollase los procesos, ese impulso encontró en la arrolladora personalidad del conde-duque una ayuda descomunal. El rey, así pues, no era vago sino inseguro.

Tenía igualmente un importante sentimiento de amor a su monarquía, no en el sentido del nacionalismo moderno, sino como parte de la herencía, algo que era no de su propiedad sino de su linaje y un sentimiento de profunda identificación con sus súbditos.

El hondo pesar ante los desastres militares y el temor a la pérdida de partes de su monarquía fue evidente en su vida, una vida marcada por la lucha y la continuación de la lucha, su negativa al final cercano a los 60 años y enfermo a reconocer la independencia portuguesa pese a la imposibilidad de someterla de forma militar. Mientras el rey vivió no hubo forma de que reconociese la secesión portuguesa.

En resumen el rey era un hombre bueno, inseguro, católico, vital, vividor, responsable y sentimental.

Dos cuestiones que creo que merecen una anotación especial son sus amores con la calderona y sus relaciones epistolares casi confesionales con una monja, Sor María de Agreda que se decía visionaria.

Maria de Calderon era como dijimos una de las actrices más importantes de las escena española y muy guapa, antes que del rey fue querida de uno de los nobles de la corte que se la "cedió" al rey. De ella engendraría a don Juan José de Austria, buen político y militar y único de los hijos varones "normales" que sobrevivieron al rey. Fue este hecho algo similar al don Juan de Austria bastardo del emperador, con la diferencia de que el rey estaba casado y le reconoció en vida.

Fue un romance sonado y famoso, conocido por todo el mundo y seguramente la cima de las conquistas reales. El amor entre el rey y la actriz es un mito que reproduce la realidad o la imaginación del pueblo español.


En cuanto a la correspondencia con Sor Agreda decir que en ella el rey cuenta buena parte de sus sentimientos y pesares, sus pecados y temores, tratando de obtener de la monja una guía espiritual que de firmeza a su voluntad. El papel de consejo de la monja es inegable y su animadversión hacia el conde duque pudo ser una de las cuestiones que determinó la caída del valido.

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